jueves, 23 de abril de 2020

Las calles de Huaral en tiempos de pandemia

Plaza de Armas de Huaral en tiempos de pandemia


Crónica de una mañana 
Escribe: Pedro N. Castañeda Pardo
Eran a las 7 de la mañana y tenía que salir de casa. Habían transcurrido casi 40 días desde la última vez que lo hice. Entonces, emprendí una caminata por las principales calles de Huaral. Mi objetivo era llegar al centro de la ciudad, donde se encuentran los principales negocios autorizados por el Gobierno, debido a la cuarentena por la presencia del Covid-19. Desde luego, salí temprano  para evitar colas y poder pagar los servicios básicos de la casa.
En mi recorrido cruzaba de una vereda a otra para acortar el tiempo. Las calles se mostraban solitarias, se apreciaba uno que otro auto circulando en marcha lenta. En las puertas de algunas viviendas se encontraban  autos estacionados llenos de polvo, como si los hubieran desenterrado de algún desierto desconocido. También, me crucé  con algunos  perros que expulsaban su orina con la pierna levantada en los árboles y postes de su vecindario. Uno que otro poblador asomaba para verme pasar.  Por supuesto, que acatando el mandato gubernamental, y por mi  propia seguridad, iba con mascarilla y a paso acelerado. No faltó alguien que salió para ver mi retirada, quizás, confundiéndome con el último avezado que atracó en su barrio antes de la cuarentena.
 A paso acelerado llegué al centro de la ciudad, después de cruzar un damero de casas construidas a base de ladrillos. El sol me acompañó, en algunos momentos,  cuando pasaba sobre las veredas que lucían desoladas por la falta de transeúntes.
En el centro de la ciudad me topé con varias personas que hacían colas para los bancos, farmacias, negocios y agentes. La mayoría guardaba prudente distancia entre las personas que acudían a cada recinto, usando sus respectivas mascarillas. Otros, más osados, tenían las mascarillas como si fueran collares; es decir, lo llevaban en el cuello. Me preguntaba, quizás porque les aburría, negligencia fatal o un desafío a la muerte?. Me crucé con varios soldados elegantemente vestidos, quienes con fusil al hombro ponían orden para el distanciamiento físico entre personas; es decir, el distanciamiento social que se ha hecho famoso en el mundo para evitar contagiarnos del coronavirus.
En plena cola, guardando una distancia prudente, nos saludamos con algunos conocidos, tal vez debido al reconocimiento corporal de nuestra vieja amistad. 
No pude dejar de visitar la Plaza de Armas. Se veía desolada y ningún vehículo ingresaba al corazón de Huaral, salvo los patrulleros, porque los principales puntos de acceso se encontraban cerrados con tranqueras. Pude notar el cielo azul de una mañana de otoño que conjugaba con la negrura de las pistas y el rojizo de la plaza. Las bancas lucían acongojadas y uno que otro cruzaba con temor la sala principal de la ciudad. Contemplé la esquina donde solíamos encontrarnos con muchos amigos periodistas; pero, ésta lucía impávida y solitaria, y como para probar su existencia le acompañaba unos faroles coloniales pintados de verde que se convirtieron en ocasionales testigos de nuestro paso en ésta ciudad de pagos y preocupaciones por seguir viviendo.
Luego, emprendí mi retorno cruzando por el centro de la pista, conservando la distancia sanitaria para no acercarme a otros que llegaban, a esas horas, al centro de la capital de la provincia. En verdad, no había carros como en otros tiempos. Me sentía libre, como cuando solía caminar por los cerros de mi tierra. Lo último que pude ver de la ciudad y con toda claridad fue la calle Luis Colán. En ella, sentado sobre la vereda, mientras unos hacían sus colas para alguna entidad financiera, se encontraba Manuel. Sí, aquel indigente que le ha dado renombre a Huaral, por su fortaleza moral  y física para  imponerse a los designios de la vida. Muchos lo apodan “loco”; pero, creo que simplemente es la estrella viviente de un pueblo que, por ratos, agoniza, pero finalmente sabe levantarse con creces.
Durante mi regreso, que tuvo el mismo recorrido, venía pensando que, en efecto, Manuel es para nuestro pueblo símbolo de fortaleza y grandeza. Él nos ha demostrado que, a pesar de la dureza de la vida, podemos salir adelante. Vencer al nuevo coronavirus depende de nosotros. Hoy nos quejamos de la cuarentena, pero mañana estaremos jubilosos, si cumplimos las reglas como debe ser. Si te crees rebelde e inmune, no lo hagas por los demás, hazlo por tu familia.
Eran a las diez de la mañana y ya estaba en casa otra vez.