Escribe: Pedro N. Castañeda Pardo
Horas de desesperación,
desolación. Las sirenas de los patrulleros, bomberos y ambulancias sonaban con
insistencia. La tarde retumbaba a dúo con el río que pasa rasante al recinto de
Huampanì donde nos encontrábamos alrededor de trescientos docentes de la
región Lima Provincias, en un curso de
capacitación organizado por el Ministerio de Educación.
Eran a eso de las cinco de la tarde del lunes
cuando la lluvia se presentaba tímidamente en la zona de Chaclacayo; mientras a
unos cuantos kilómetros, en Chosica, se producía una tragedia con hermanos
nuestros cuyas viviendas eran arrasadas por los huaycos que descendían con furia
y sin hacer distinción de raza o condición social.
La tarde se fue poniendo fúnebre cuando el
tren que desciende del Centro del Perú, aún con más insistencia, tocaba su
ronca bocina que anunciaba al valle la tragedia que venía ocurriendo a unos
minutos de distancia de nuestra estadía momentánea.
La gente rumoreaba! Huayco!,!
Huayco!. ¡Tragedia señores, tragedia señores! ¡El río se lleva a Chosica!,
decía la multitud desconcertada. Unos corrían sin rumbo.
Como es natural, nuestra
curiosidad por los sonidos de las sirenas y los golpes despiadados del río nos
llevó hasta el lugar de los hechos. Mi amigo, Félix, con su auto, nos
transportó rápidamente; pues nuestro compañero Oscar, tiene a sus familiares en dicha localidad.
Unos minutos y estábamos en el lugar. El auto iba lanzando de sus ruedas lodo
que salpicaba al parabrisas. Mientras una emisora desde la capital daba cuenta
de dicho suceso trágico para todos los peruanos. Cruzamos el puente. El río
emanaba olor a tierra. Nunca había percibido tal ferocidad a pesar de que mi
vida siempre ha estado ligada al río, a mi río madrugador del valle de Huaral.
Pude tomar algunas fotos cuando
la tarde ya fenecía. Filas de camiones. Personas que corrían de un lado a otro.
Unos lloraban, otros gritaban en busca de sus seres queridos. Nada pudimos
hacer. Llamamos a nuestras familias para darles tranquilidad, pues sabían que estábamos
en esa zona por razones de capacitación.
Muchas cosas pasaron por mi
mente, pero la impotencia se apoderó de nosotros. Los patrulleros y ambulancias
iban llegando con más frecuencia. Oscar logró comunicarse con su familia, vía
celular, dando cuenta que estaban sanos y salvos.
A nuestra vuelta. Muchos colegas estaban
desconcertados. Unos querían regresar a sus lugares de origen, pero eso no
ocurrió. Teníamos que continuar con
nuestra jornada. Además, no habíamos sido incluidos en la zona de riesgo.
El río en la noche llevaba piedras,
cuyos golpes podía sentirse hasta
nuestras habitaciones. Como es natural, entre nosotros sentíamos miedo por la
posibilidad de que se desbordara el río.
Esta tragedia nos ha hermanado
mucho más. Hemos reflexionado sobre las sorpresas que nos puede dar la
naturaleza. Pero también lloramos por aquellas familias que están sumidos en la
desgracia. Ojalá pronto, con la ayuda solidaria de los peruanos y de las
entidades gubernamentales se pueda aminorar,
en algo, su dolor.