Escribe: Pedro N. Castañeda Pardo
La tarde estaba asustada, triste, preocupada y hasta podría
decirse asombrada. Se cubría entre nubarrones y chispas del sol de otoño que
envolvía el cielo de Huaral. No era para
menos, estábamos atravesando, como hasta ahora, la pandemia del Covid-19 que nos tiene asustados a todos.
Con anticipación, mi amigo Alejandro Marín, me había invitado a una reunión mediante una llamada telefónica. -Hola Pedro, visitame el domingo por la tarde, quisiera conversar contigo algunos asuntos, me dijo.
-No hay problema.
Trataré de ir, le confirmé. Pero, en seguida pregunté, si era una reunión familiar, amical o social. Además, insistí en la hora; pues,
considero que es muy importante para toda reunión.
Enseguida, el anfitrión
me confirmó, con bastante tranquilidad, que sólo iba asistir otro amigo en común y
definitivamente sería en la tarde.
Efectivamente, llegada la hora de aquel domingo, al ingresar
a la casa pude observar en el patio una mesa blanca con tres sillas distantes, donde
dos de ellas estaban ocupadas. Pues, el otro invitado y el amigo Alejandro ya estaban
sentados. Se protegían con sus mascarillas de marca desconocida. Entonces, como lo hace la mayoría, en estos
tiempos, nos saludamos con un toque de puños poniendo de manifiesto nuestra
añeja amistad.
Me invitaron a sentarme y pude notar alrededor del patio unas plantas pequeñas de paltas y
mangos que adornaban aquel espacio flanqueado por ladrillos cobrizos.
Como es de suponer la mesa estaba de separador, no había nada
en ella. Entre bromas recordábamos que, en mi caso, no lo había visto a
Alejandro desde las elecciones del año 2010, cuando participamos en política
apoyando a Fuerza Regional. El otro invitado, a quien tampoco veo con frecuencia,
era Marcos Reyes. Fue un reencuentro de viejos amigos, que nos conocimos por
los avatares de la política. A Alejandro Marín lo conocí allá por la década del
80, cuando yo era estudiante universitario en Lima y aún saboreábamos los
humeantes festejos de la joven provincia de Huaral creada en el año 1976. En cambio, con Marcos Reyes
cultivamos amistad en la década de los 90, cuando nos propusimos trabajar por
la integración de la floreciente provincia que, desde entonces nos cobija con nuestros problemas e ilusiones. Años después, Alejandro Marín llegó a
ser alcalde de Huaral con el Movimiento Democrático Huaralino. Para entonces, existía una resistencia cultural de un
determinado grupo en la capital de la provincia que, de una manera disimulada, contradecía al hombre
andino como autoridad.
Sentados cómodamente sobre las sillas, conservando la distancia y con las masacrillas
danzando acrobacias faciales, empezamos a recordar muchos pasajes de nuestra
amistad en esta vida terrenal. Recorrimos imaginariamente toda la provincia. En
ella nos topamos con los nombres de muchos amigos que han sido víctimas de esta
pandemia. Encontramos a nuestras comunidades campesinas con los mismos
problemas de siempre: el olvido gubernamental.
Recordamos que la vértebra principal de la provincia no está
asfaltada. Es decir, la carretera desde Acos hasta Huayllay. ¿Cómo podemos desarrollarnos entonces? La
contaminación nos está ganando. El río, fuente de vida, está empezando a
contaminarse.
En este reencuentro nos dimos cuenta que los años no han pasado en vano; pues, como evidencia de su trayectoria nos han dejado jardines de canas plateadas que, expuestos al
brillo de sol se muestran como los nevados del Keropallka y el Alkay. Sin
embargo, los problemas de la provincia
siguen latentes, con el agravante de que están aumentando en el sector salud, ambiente y
educación.
En otro momento, les comentaba que siempre viajo a la sierra
de Huaral, pues vivo enamorado de su geografía, de su río tan hermoso y puro,
de aquellos cerros que han sido fuente para escribir muchos versos y más que
nada, de la bondad de su gente. Fue cuando surgió el recuerdo de una promesa
incumplida, aquella que no se pudo cumplir por las mismas responsabilidades de
la vida. Aquella que consistía en recorrer con nuestros amigos todo el valle y
llegar a Kollpa a disfrutar de sus aguas termales. Seguidamente, con los ánimos
caldeados de emoción y con una esperanza
juvenil quedó en el tintero que, ni bien termina la pandemia del Covid-19 ,
estaremos surcando el zigzagueante afluente desde la playa de Chancay hasta las
cumbres más elevadas de ésta generosa tierra.
Cuando la tarde se iba agotando, apareció la esposa de
Alejandro con unas tazas de café y galletas, cerrando, de esta manera, aquella jornada con la promesa
de volvernos a encontrar.